Una labor apasionante, bonita y muy exigente
Hace unos días leí una carta publicada por el profesor Miguel Ángel Santos Guerra, de la cual quiero hacerme eco. Dice así:
Carta abierta al padre de un hijo que le salió rana
Si tu hijo te salió rana, serénate. Puede que toda la culpa no sea tuya.
Querido amigo:
Imagino lo que estarás pasando. Un dolor tremendo, una angustia que te
atenaza y una vergüenza profunda que te hace guardar silencio cuando se habla
de los hijos. Sospecho lo que estarás pensando: ¿qué hicimos mal?, ¿en
qué nos equivocamos?, ¿por qué hemos tenido tan mala suerte? Conoces a otros
padres que se preocupan mucho menos que vosotros por la educación y tienen
unos hijos ejemplares. Además, tú tienes otros hijos con los que no puedes
estar más satisfecho. Estudian, saben comportarse, son cariñosos, tienen
proyectos de futuro atractivos y exigentes.
Pero este
hijo tuyo, como tú dices, “te va a matar”. No sabes qué hacer. Lo has probado
todo. Mano dura, mano blanda, mano nula, las dos manos… No responde a ningún
estímulo. Ni a los premios ni a las amenazas, ni a los elogios ni a los
reproches, ni a las caricias ni a los empujones.
Te desespera
su pereza ilimitada que llena el Boletín de Evaluación de suspensos, te irrita
su desvergüenza en el trato con vosotros y con los demás, te alarma su falta de
responsabilidad, su afición al alcohol y –por lo que sospechas- a la droga. Te
asusta su falta de preocupación respecto al futuro.
Te preguntas
qué es lo que va a ser de él en la vida. Sobre todo, cuando tú no estés. Te
horroriza dejar como herencia un delincuente y un inútil. Te has estrellado
contra todas las paredes. No duermes pensando en tu hijo. Te dan ganas, a
veces, de darle una patada en el trasero y de decirle: lárgate y déjanos a
todos en paz. Pero, claro, es tu hijo. Lo quieres. Te sientes en la necesidad
de ayudarlo. Por responsabilidad. Por amor.
He visto
muchos casos en los que el tiempo ha secado todas las lágrimas, en los que el
hijo (o la hija) han reconocido que han estado en un plan imbécil durante
demasiado tiempo y que se han puesto a trabajar y a comportarse, recuperando
incluso el tiempo perdido. He visto casos en los que, sin saber por qué, el
desvergonzado que, incluso con profesor particular, cosechaba calabazas a
espuertas, viene ahora cargado de sobresalientes. Hay que esperar. No hay que perder la paciencia. No hay
que perder la esperanza. No hay que arrojar la toalla. Si no crees tú en tu
hijo, ¿quién va a creer en él? Ya sé que te ha defraudado miles, millones
de veces. Pero aún queda la próxima vez. Dice Fhilippe Merieu que “la
educabilidad se rompe en el momento que pensamos que el otro no puede aprender
y que nosotros no podemos ayudarle a conseguirlo”.
Tienes que
saber que hay hijos e hijos. Es decir, que cada uno es un mundo y que cada uno
tiene su libertad y su responsabilidad,. Y la usan como saben o como quieren. O
no la usan. Hace poco leí un libro que se titula “La educación de los hijos
como los pimientos de Padrón”. Su autor es Emilio Pinto y en la Introducción
explica la segunda parte del famoso dicho aplicado a los pimientos de la ciudad
coruñesa de Padrón: “Unos pican y otros no”.
Hay que
esperar sin dejar de hacer las cosas que se tienen que hacer. Ahí tienes el
libro de Javier Urra “Educar con sentido común”. Te puede ayudar. Mantén abiertas las puertas del diálogo
para cuando él se decida, que se decidirá. Sigue
siendo para él un ejemplo. No pierdas la esperanza en lo que puede hacer.
Él no está para ti, ni para nadie. Pero tú siempre tienes que estar.
Lo has hecho
bien, pero no todo está en tus manos. Te has esforzado, no te atormentes. Hay
una parte, muy grande y muy decisiva en la educación, que le corresponde al
educando. A veces lo olvidamos. Piensa en tus otros hijos. Has sido el mismo
padre con ellos y, sin embargo, ellos sí han reaccionado.
Desecha
cualquier idea masoquista y ridícula como la de que estás pagando por algo que
has hecho mal. No es así. Seguro. Aunque hayas hecho cosas mal. No existen esos
ajustes de cuentas en la mesa de la vida.
No lo
compares más allá de lo que todo el mundo ve, que es bastante. No insistas,
porque no se consigue el efecto pretendido sino el contrario. Cuando tú dices
“mira a tu hermano”, él lo mira, pero no para imitarlo sino para destruirlo.
Porque la buena conducta de su hermano afea la suya.
Tu hijo no
es tonto. Sabe que lo está haciendo mal, pero no quiere dar su brazo a torcer.
Quizás esté buscando un protagonismo que no alcanza por otras vías. No entres en su juego. Te reta, te
provoca. Arremete contra ti de mil formas. (¿Contra quién lo iba a hacer,
contra el tendero de la esquina?).
Sigue en
contacto con el tutor. Él te necesita y tú lo necesitas. Si existe alguna posibilidad de conseguir algo, es desde el trabajo
conjunto de los padres y de los educadores.
Sigue siendo su padre. Si te conviertes en su amigo, lo
dejarás huérfano.. Y síguelo queriendo porque, como le decía aquel hijo a su
padre: “Papá, quiéreme cuando menos me lo merezco porque es cuando más lo
necesito”,. El amor es gratuito. Y como decía María Zambrano, hay cosas que sólo el amor consigue.
Tu paciencia
tiene que ser un poco más grande que su obstinación. Sigue creyendo en él. Y
lee el hermoso libro “Las cosas que no nos dijimos”. Es muy hermoso. Vas a
disfrutar. Un abrazo.
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