miércoles, 2 de octubre de 2013

El Camino de la Vida





Hicimos el Camino de Santiago hace ya doce años. Siempre habíamos pensado en repetir, y el momento ha llegado este año. Aunque ya sabéis que el Camino tiene muchos caminos, nosotros decidimos hacer el epílogo desde Santiago a Finisterre. Nos atraía bastante experimentar las sensaciones que vivirían los antiguos peregrinos al llegar a ver la inmensidad del mar en el “fin del mundo”.

Como cualquier meta que te propones y consigues con esfuerzo e ilusión, alcanzar Finisterre nos llenó de alegría, de felicidad.

Han sido pocos, pero intensos días. El Camino tiene algo especial, difícil de explicar. Una mezcla de sentimientos nobles lo envuelve. Es curioso cómo, a pesar de los escasos días que convives con otros peregrinos, los lazos de amistad y empatía que se establecen son tan fuertes. Para muchos es un viaje de fe, para otros es un viaje de conocimiento interior, o un viaje por la naturaleza, los paisajes, … En cualquier caso, todos ellos son respetables.

Lo que es indudable, es la emoción y la satisfacción personal que se siente cuando uno lo termina y se encuentra con el Apóstol. La emoción, el cariño, el esfuerzo, la fe, la amistad, la paz interior… todo confluye en ti en ese momento. Es mágico. Es un torrente de emociones.

Han sido muchas horas caminando a solas, con uno mismo, o en compañía de otros peregrinos.

Tiene mucho de búsqueda, de viaje interior. En nuestro caso particular, todos los buenos deseos con los que inicias cualquier viaje, se vieron recompensados en la Misa del Peregrino a la que asistimos. Rebosábamos emoción, tranquilidad, fe y paz. Jamás lo olvidaremos.

Queda pendiente una tercera vez. ¿Para cuándo? … Dios dirá.





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