jueves, 17 de noviembre de 2011

Volver a ser un niño





Recordando a Enrique Urquijo, doce años después de su muerte.

«Era un secreto a voces entre los camaradas de la madrugada, en todas las trincheras de la noche», Enrique Urquijo, fue encontrado muerto, el 17 de noviembre de 1999, en un portal de la calle del Espíritu Santo, en el barrio de Malasaña (Madrid).

No era difícil cruzarse con él por los bares del mítico barrio madrileño de la «movida», del que era uno de los referentes, a punto de venirse abajo como un castillo de naipes.
Y así era, porque el líder de Los Secretos, junto a su hermano Álvaro, pasó la mitad de su vida sumido en un círculo vicioso que le llevaba de la depresión a las drogas, y de las drogas a la depresión: cuando sentía el hormigueo de la desesperación, recurría a los senderos “salvajes de la vida” para conseguir una especie de muerte efímera.

Decía de él Joaquín Sabina que era “el ser más dulce, más tímido, más sensible del mundo. Era para comérselo”.

Fue tan buen compositor como discreto, huidizo y melancólico. Cantó auténticos himnos a la tristeza, desgarrados cantos a la soledad, al desamor, al frío, la noche, el alcohol... Letras nacidas de la dureza de lo cotidiano, transmisoras de un desasosiego que le hermanaban con su público.

El mayor de los hermanos Urquijo, muerto a los 39 años, odiaba la fama, la industria, las entrevistas y pretendía ser alguien anónimo, pero no lo consiguió. Sus canciones son parte de la banda sonora de la vida de este país.

El último proyecto que tenía en mente, grabar un disco para niños basado en poemas de Gloria Fuertes, nunca vio la luz. Posiblemente los mismos niños que ahora peinan canas, o esos otros que, ya entrados en la adolescencia, estén descubriendo ahora sus canciones, pero que ya no se cruzarán con él en cualquier bar de Malasaña.

Enrique quedará. Su herencia y su música son grandes. ¡Cuántos momentos vividos escuchando sus canciones! La valentía que siempre tuvo el sonido Urquijo, su sello de distinción, eso que los americanos llaman “feeling”, y del que Enrique se llevó una gran parte cuando se marchó.





Ya no persigo sueños rotos, los he cosido con el hilo de tus ojos…

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